Es la otra cara de la moneda de nuestra sociedad de consumo. Esa basura que se acumula en las calles, esperando la llegada de los camiones recolectores, dando la impresión de salir de las entrañas de la Tierra, atorada entre las raíces de los árboles, mimetizándose con la naturaleza, invadiendo esa naturaleza; desborda de los basureros públicos que nadie se toma la pena de vaciar, como si ésta desapareciera por sí sola. Esa basura que no vemos, pero que sí sentimos, que tapa las coladeras, vertiendo sus aguas negras en las calles, invadiendo todo, una verdadera marea nauseabunda. La basura está por todos lados. Y viene de todos lados. De esas envolturas de plástico superfluas, de esos cartones plastificados, esos papeles que se ven tan bien en los productos por consumir, pero que pasan muy rápido a otra vida, y se vuelven basura.
En México producimos 70 millones de toneladas de residuos sólidos, según Enrique Martínez Franco, director ejecutivo del Instituto Nacional de Recicladores (Inare), una institución no gubernamental, cuyo objetivo es fomentar el reciclaje en México. Esos desechos terminan en tiraderos al aire libre, ocasionando problemas de insalubridad y contaminación, y más recientemente a rellenos sanitarios: Fosas donde se entierra la basura, disponiéndola en capas compactas que son recubiertas. Desgraciadamente, estos rellenos presentan muchas fallas y no responden a las normas de seguridad, reforzando así la impresión de que es mejor esconder el problema que enmendarlo.
En esos rellenos hay filtraciones de productos tóxicos que se dispersan en la tierra, contaminando los suelos y las napas freáticas. A causa de esa acumulación de desechos se genera una multiplicación de bacterias, que al degradar la basura producen grandes cantidades de metano. Estos gases aumentan la presión interna y cuando ésta llega a ser insostenible provoca explosiones e incendios, además de que el proceso de degradación acidifica el suelo. Otra manera utilizada para deshacerse de esas cantidades exponenciales de desechos es la quema, generando así sustancias tóxicas como las dioxinas y furanos. Estos compuestos químicos se acumulan en los tejidos de los seres vivos, causando diferentes tipos de cáncer, afectaciones al sistema inmunológico y alteraciones hormonales.
Existe un verdadero mundo paralelo que gira en torno a la basura, regido por sus propias leyes y líderes. Y en ese mundo todo tiene un precio, llegando a ser una verdadera mina de oro para sus dirigentes, pero dejando a los últimos de la fila: Los pepenadores, con las migajas.
Los pepenadores, cuya palabra viene del náhuatl pepena (escoger o separar), forman los cimientos de esa estructura, son el último eslabón. Todos los días, niños, ancianos, mujeres y hombres, familias completas hurgan entre las montañas de basura, separando con sus propias manos los diferentes materiales para tratar de sacar dos, tres, cuatro pesos por kilo. Por este trabajo no perciben un sueldo, no cuentan con seguridad social, ni tendrán pensión: Trabajarán hasta que ya no les quede fuerza. Laboran en total informalidad, viven dentro de los tiraderos, sus casas están hechas de los mismos desechos. Son las ciudades perdidas donde la higiene y seguridad son inexistentes. Nacieron, viven y morirán ahí, condenados por un nivel de escolaridad muy bajo o nulo a este trabajo que parece transmitirse de generación en generación.
Este abuso permite que la basura sea un negocio redondo para algunos, tomando la forma de una verdadera mafia basada en la explotación de los pepenadores por tres principales organizaciones: La Asociación de Selectores de Desechos Sólidos de la Metrópoli, el Frente Único de Pepenadores y la Unión de Pepenadores del D.F. Los líderes imponen medidas abusivas a los pepenadores. Exigen permisos para recoger la basura, misma que es comprada a precios muy bajos: Mientras que los pepenadores ganan entre 45-50 pesos al día, los líderes se llevan alrededor de 300 mil pesos al mes, pero ese control (y abuso) no se hace únicamente al nivel de los pepenadores, los camiones de basura también se ven obligados a pagar: Las sumas oscilan entre 40 mil y 60 mil pesos para tener el permiso de recorrer rutas donde se acumulan importantes cantidades de desechos. Esas rutas generan cinco mil pesos semanales, sin embargo, ésta tiene que ser dividida entre voluntarios, recolectores, jefes pequeños y medianos, así como entre los líderes de los pepenadores. En la Ciudad de México, hay aproximadamente dos mil 300 camiones de basura, éstos cuentan con 10 mil voluntarios no sindicalizados: Viven de las propinas y forman el primer nivel de la pepena.
Frente a esa deplorable calidad de vida, y en un esfuerzo por optimizar el manejo de los desechos urbanos, el gobierno mexicano se ha dado a la tarea de modernizar y formalizar este negocio. En los últimos años ha cerrado varios tiraderos de basura en distintos puntos de la ciudad. Destaca la clausura del tiradero más grande del mundo: Bordo Poniente, que operó por 26 años, llegando a recibir 12 mil 600 toneladas de basura al día. Se tomó la decisión de transformarlo en un relleno sanitario y un ambicioso proyecto de utilización de los gases para la producción de energía vio la luz. Esos biogases que se acumulan, principalmente, bajo la forma de metano (un gas de efecto invernadero veinte veces más impactante que el dióxido de carbono) sería captado para hacer funcionar una central eléctrica destinada a la iluminación de las calles. Este proyecto, que se esperaba concretar este año, se ha quedado en el papel; el sitio sigue siendo utilizado clandestinamente para almacenar desechos.
Paralelamente se realizaron campañas de sensibilización para promover el reciclaje y la separación de basura. De ahí nacieron las iniciativas de los dos botes de basura para desechos orgánicos e inorgánicos. También vieron la luz los centros de acopio: La chatarra, el papel, el aluminio, el cartón son comprados por peso, separados y compactados para ser enviados a diferentes empresas que se ocupan del reciclaje y se encargan de darle una nueva vida a esos desechos. En México sólo 17.5% de esos residuos es reciclado (contra 60% en países como Alemania o Austria), generando, sin embargo, 100 mil millones de pesos anuales.
Finalmente, se ha perfilado un plan de “basura cero”, que promueve la minimización de los desechos, que pasa con un mejor diseño de los productos, así como restricciones graduales a los materiales no reciclables. Sin embargo, esas nuevas (y buenas) políticas de reciclaje están dejando de lado al muy explotado sector de los pepenadores, quienes ven las cantidades de basura que llegan a ellos reducirse considerablemente. En un esfuerzo por incluirlos, el Inare se comprometió a dar trabajo a algunas familias, no obstante, se considera que para llevar a la formalidad este negocio harán falta otros 12 años. Un diálogo con el gobierno aparece como indispensable para que los pepenadores sean incorporados en el mercado y no se queden como los grandes olvidados de esta modernización.