43 años han pasado desde el famoso festival de Avándaro, nuestro Woodstock versión mexicana. 43 años que parecen nunca haber existido, difuminándose en este aire contaminado que respiramos a diario, diluyéndose en nuestros recuerdos, olvidados, fina franja entre el presente y el pasado. Y es que en esos 43 años poco parece haber cambiado. Sólo nosotros resentimos los estragos de los años, esas arrugas, esas canas que ayer no estaban. Ese brillo en los ojos que evidencia los años trascurridos, cerciorándonos de que no son simples productos de nuestra imaginación, o de nuestra realidad transfigurada, lo que al final viene a ser lo mismo.
El 11 y 12 de septiembre de 1971 vio la luz el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, el más grande jamás llevado a cabo en México, con una asistencia de más de 250 000 personas, cifra incierta, dado la colosal afluencia que permitió el acceso sin boleto. Este evento al que nosotros, nacidos después, no podemos más que imaginar, evocar con una cierta nostalgia que no nos corresponde, de esos tiempos que no vivimos, de esos recuerdos que nos apropiamos como si fueran nuestros. Y es que ese festival fue más que una simple manifestación cultural, más que un lugar de reunión para disfrutar de música, de rock. También tuvo una dimensión política. Sin planearlo realmente, Avándaro estremeció las estructuras del sistema. A tan sólo 3 años de las manifestaciones estudiantiles de 1968, que culminaron en ese oscuro 2 de octubre y a 3 meses del Jueves de Corpus, del 10 de junio de 1971, prevalecía un ambiente de represión, miedo y violencia, de un pueblo encadenado hasta la médula, las cadenas tan arraigadas en ellos que parecían confundirse con los huesos.
Y ese temor de la sociedad se topaba con un muro similar de profunda aprensión, del gobierno hacia los 20-30añeros, puesto en evidencia durante la manifestación musical, miedo a las masas, a esos números que juntos forman grandes sumas, miedo, tal vez, al cambio que estos podían aportar, esa visión del futuro y esa conciencia políticamente crítica que podría hacer tambalearse la dictadura perfecta.El recelo era tal, que el regente Ernesto Uruchurtu impidió que se presentarán en la Ciudad de México 4 ingleses- los Beatles- resguardándose así de la posibilidad de un mayor eco político del rock. Sin embargo, y pese a ese panorama desalentador, se le dio luz verde al festival de Avándaro: 2880 minutos de libertad en un mar de inmovilidad y pasividad. Este se realizó sin incidentes mayores, salvo por la inevitable presencia de drogas, alcohol y sexo, clavo del cual los medios de comunicación se afanaron para satanizar el evento y los que asistieron a él. Las columnas de los periódicos se refirieron a «un espacio de pecado», lleno de «vagos y drogadictos». Los locutores a cargo de comentar el festival fueron despedidos por órdenes de la Secretaría de Gobernación. Las 30 horas de grabación del espectáculo desaparecieron sin dejar rastro. El Presidente del Senado de ese entonces, Enrique Olivares Santana, externó su deseo por que «No hayan más Avándaros en la República», algo que fue respaldado por el propio Presidente de la Republica, Luis Echeverría, quien aseguró que: «aunque lamentamos y condenamos el fenómeno de Avándaro, también nos alienta nuestra convicción de que en este tipo de actos y espectáculos sólo es partidaria una reducida parte de nuestra población juvenil”. Esa manipulación de los medios, esa extrapolación de los hechos y exageraciones opacó la imagen del festival, dando carta libre al gobierno para prohibir todo tipo de manifestaciones masivas, que habían demostrado tener un gran poder de convocatoria. Campañas de difamación, manipulación y censura se volvieron parte de lo cotidiano, y sus raíces envenenadas quedaron fuertemente arraigadas en el suelo mexicano. Nunca más se volvió a hablar del festival de Avándaro, viviendo únicamente en los recuerdos de los asistentes, enterrado bajo una gruesa capa de desinformación y polvo.
43 años han pasado desde el festival, y sin embargo pareciera que fue ayer. El PRI sigue en el poder y la censura e impunidad son sus armas. Por todos lados los jóvenes, víctimas de delitos y crímenes, no sólo no obtienen justicia sino que son criminalizados. Y los casos se acumulan: tristes relatos de un país caído en desgracia, surcado de heridas cada vez más profundas en donde se entierran a los muertos. Pero México parece estar despertando. Las manifestaciones pacíficas, los actos de solidaridad, los paros, las exigencias son todos ejemplos de que se ha llegado a un punto de no retorno. Unidos a una causa. Nuestra sociedad, que parecía estar anestesiada al dolor e indiferente a la violencia -tan arraigada en la cultura- está despertando de su pesadilla. Se están tratando de suturar las heridas.El vocalista de Peace & Love en su presentación del festival de Avándaro entonó una canción titulada Tenemos el poder. En ese entonces miles de gargantas corearon el refrán. ¿Y si ahora nosotros lo volvemos realidad?Por todos aquellos casos no resueltos, por esos crímenes impunes, por esos hechos sin responsables. Y es que 43 personas podría ser todo y nada. Realmente podría ser como cualquier otro número y, sin embargo, no lo es.