Miro intensamente tus ojos, buscando desesperadamente en ellos ese brillo tan especial que siempre habías tenido. Pero ya no está, tu mirada se está opacando, desdibujando, muriendo. Solía hundirme en tus ojos negros como el color de la tierra mojada, viajar a dimensiones insospechadas, perderme en ellos. Me hacías sentir tantas cosas, me abrías un mundo de posibilidades, de futuro, de vida. A tu lado, en ti, me sentía inmensamente vivo. Ahora, cuando te miro, me ahogo. Ya no veo nada en tus ojos, más que muerte y sufrimiento. Eres, te volviste un universo de nada. Un mar de impasibilidad y de egoísmo. Tus ojos, como una trampa parecen atraerme hacía una muerte segura, eres una tierra donde ya nada crece. No puedo respirar en este ambiente lodoso y sofocante. Ya no puedo verte a los ojos sin sentir una inmensa tristeza. Desvió la mirada. No puedo más. Esa mirada que antes me enamoraba, ahora me asusta. Revuelve cosas en lo más profundo de mi ser, desterrando recuerdos que no quiero recordar, pero que no puedo olvidar. Malos recuerdos. Pero si olvido, ellos ganan y nuestra lucha habrá sido en vano.
Sigo con los ojos la curva de tu clavícula, tus finos huesos se dibujan, sobresalen como montañas en este cuerpo frágil. Parecen querer salir de ese cuerpo enfermo, destrozar esa delicada piel color azabache, antes brillante, suave, reconfortante, ahora quebradiza como pergamino. Con la yema de mi dedo toco tu piel surcada de heridas, como si con mi simple tacto pudiera hacerlas desaparecer. Como si con mi simple acción, participación, magia, pudiera borrar tu sufrimiento y regresarnos a mejores tiempos que hace mucho se han esfumado. Columnas de humo. Pero esas heridas sicológicas y físicas, esa violencia, corrupción, impunidad, injusticia no se borran tan fácilmente. No se olvidan. Esas heridas tan arraigadas en tu ser, que casi parecen marcas de nacimiento, hicieron mella en ese mar de curvas y formas. Ese cuerpo deshecho, arrasado por las guerras, maltratado. Violado. Y es que, en esas profundas cicatrices se enterró, hace mucho tiempo, una semilla del mal. Inoculó su veneno, contaminó tu sangre, tus venas y todo lo que ahí prosperaba. Rindió sus venenosos frutos. Y este mal creció dentro de ti hasta alcanzar dimensiones desproporcionadas, destruyendo como hierba mala todo lo que todavía quedaba de bueno, esas pequeñas luces de esperanza que sobrevivían más que vivían, y que ahora ni siquiera sobreviven. Esas flores que apenas empezaban a florecer, cortadas de un tajo, apagadas por un viento demasiado violento. Llevadas a la oscuridad, a la muerte. Ya nada crece en esta tierra, en tu cuerpo, antes tan fértil. Ya no queda nada más que cenizas y caos. Y un gran dolor. Invade cada centímetro de tu piel, de tu cuerpo, de cada célula emana un sufrimiento que no puede recluirse en ese infinitesimal compartimiento. Un dolor que es demasiado fuerte para callar, pero demasiado fuerte para gritar. Es un grito ahogado, un tormento que te paraliza, que te deja drogado. Tu risa antes tan cristalina ha desaparecido, en tu hermosa cara, la sonrisa ha sido remplazada por una mueca burlona, despiadada e insensible, que deja escapar de vez en cuando un gritillo sarcástico y chillón. Tu voz se quiebra en excusas ante mis preguntas insistentes. No me ofreces, no nos ofreces respuestas a nuestras lancinantes demandas de justicia. Por que la justicia ya no existe. Te has vuelto ¡oh mi amor! en un ser cruel, al servicio de los poderosos.
Tratas de levantarte, pero ya no puedes, estas cansado, enfermo. Podrido por dentro. Roído por una enfermedad incurable, que te consume día a día. Que cada que sale el sol acaba un poquito más contigo. Y eso que muchos hemos tratado de ayudarte. Nos hemos unido a tu causa, hemos luchado por ti. Pequeños anticuerpos tratando de detener ese mal lancinante. Pero hasta el momento, todos nuestros esfuerzos han resultado ser vanos, hace demasiado tiempo que incubas tu enfermedad. Y hoy, parece que no te podrás levantar más. Y sin embargo, no nos rendimos porque nosotros los mexicanos siempre hemos creído en los milagros. Es lo último que se pierde. La esperanza. Porque si perdemos eso, todo esta perdido. Así que seguiremos amándote, cuidándote, apoyándote, luchando por ti. A tu lado. No te abandonaremos porque recordamos esos momentos en los que aún sonreías y queremos volver a verte como en tus primeros días.
Porque México, aunque duelas, seguiremos luchando, que esto no se acaba aquí.